miércoles, 3 de septiembre de 2014

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 Sentado en el césped de una plaza de inquietudes, en un pueblo de esperanzas, mira el cielo estrellado y sintiendo el susurro de su viento, se pregunta, ¿cuál es el sentido de su vida?
 Frustrado, piensa en sus caminos a seguir, en las posibilidades que le aterran adquirir, en las decisiones que no sabe tomar... Intenta, sin éxito, culpar a sus progenitores de mantenerlo en una burbuja, y que en su madures le haya explotado en la cara, con ojos irritados mirando a su alrededor, la desesperación por la picazón, apartado y quieto; mirando como el mundo sigue un rumbo ajeno a sí. Porque él no tiene rumbo, y a la deriva se encuentra queriendo tomar dirección.
  La brisa de la fresca noche cae en su cara, baja la mirada y suspira. Le da una pitada a su cigarrillo y piensa con diversión en la analogía que acaba de crear, su vida consumiéndose como un pucho, el fuego como su indecisión ardiéndole en las sienes, las cenizas cayendo como el tiempo que pasó y que no puede recuperar.
 Revuelve su pelo, frío y mojado. Suspira por décima vez en esa hora loca que decidió pasar en esa plaza; tira su cigarrillo, se levanta, enojado y mirando al cielo, camina de regreso a casa.
 Su viento sopla y decide oírlo finalmente, sintiéndolo como una voz reveladora, aterradora. Serena y vivaz, que lo acoge, lo calma, le da las respuestas del mundo. Su mundo del revés.
 Llegando a la acera, gira su cabeza y mira a lo lejos aquel parque, su viento sopla con fuerza despojando sus inquietudes y resuelve, que tal vez esa hora afligida que toma cada noche estrellada sea la mejor desperdiciada.

 Ideas desesperadas, encontrados sentimientos, ganas locas de escribir. 

J.

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