jueves, 21 de noviembre de 2013

I.

 En este tiempo ha visto la hipocresía de cerca, ha comprobado la falsedad, ha sido testigo ajeno de la irrespetuosidad y ha vivido la desolación.
 Siempre se preguntó por qué en cuanto más sufría más preguntas le llegaba, más ideas interceptaba, más respuestas esperaba, a la par del colapso mental que nunca aparecía. A la marea de su cabeza le temía, a las insinuaciones que escuchaba, a las aguas del tormento que vivía. A veces, cuestionaba si tal vez sus emociones eran demasiado fuertes y por ello, exageradas; más no cabía duda que en su vida un tercero se sentía, del cual dependen muchas almas.
 En su mente analizaba e interrogaba a las personas de su alrededor: ¿Será que existe la religión?; ¿Será verdad que se exigen normas para ganarse, tal vez, un espacio alternativo como el cielo?, ¿cuán valioso ha de ser ese paraíso para que tal divinidad exponga un precio justo a su entrada?. Se preguntaba: ¿qué tan justo ha de llegar a ser?. Si cada vez menos personas creen en la iglesia, y la catalogan como falsa por no buscar otro fin que no sea, tal vez, el poder o beneficio de unos pocos, ¿por qué, entonces, no se han juzgado a aquellos que siguen el camino de la divinidad, cuando su fin es el acceso a un beneficio más bien personal?

¿Por qué no ha de ser, también, falso? Si la realidad no es buscar el bienestar en común con los demás, el bien por el bien mismo. 

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